lunes, 4 de febrero de 2019

Andrés Eloy Blanco en el rescate de Julen



Hace algunos días, viendo las noticias en la televisión, de repente me pareció estar presenciando una entrevista a Andrés Eloy Blanco, ilustre hombre de letras y parlamentario venezolano, ahora convertido en ingeniero español, con todo y su casco. Claro, como el poeta murió antes de que se popularizara la televisión, solo un caso de reencarnación habría hecho posible tal entrevista.
Lo que pasó es que el ingeniero Ángel García Vidal declaraba a los medios como portavoz técnico de un enorme operativo, materializado con recursos públicos y privados, para rescatar a Julen, un nené malagueño de apenas dos añitos quien súbitamente cayó en un pozo abandonado, tan estrecho como insondable, mientras jugaba con sus primos. Dadas las circunstancias, las estimaciones del tiempo y esfuerzos que se requerirían para llegar hasta donde se presumía estaba el niño eran absolutamente desalentadoras: días enteros para traer maquinaria pesada por caminos rurales y así poder aplanar buena parte de la montaña; luego excavar uno o dos pozos paralelos; bajar por allí una jaula o especie de ascensor especialmente construído, con mineros expertos que se turnarían para excavar un túnel a mano, con claro riesgo para sus vidas...

Ya para el momento de esas declaraciones, doce largos días después del accidente, no hacía falta ser experto en nada para temer lo peor: suponiendo que por suerte el niño hubiese sobrevivido a la caída inicial, o que estuviese atorado en algún tramo del pozo... ¿por cuánto tiempo más podría resistir sin nada de agua, comida o abrigo, solito en medio de la más espantosa oscuridad? Explícita o implícitamente, en el ambiente ha tenido que flotar la ominosa interrogante: ¿tiene sentido todo ese esfuerzo, todo ese gasto, y poner más vidas en riesgo? Cualquier fría estimación, exclusivamente basada en hechos y números, seguramente habría concluido que solo un milagro, o más bien toda una seguidilla de milagros podría conducir a un desenlace feliz —que en efecto nunca llegó—. No obstante, ya que la experticia técnica no te quita ser padre o madre, García Vidal lo explicó todo de un modo tan conciso como sencillo: 

“Es como si Julen fuese el hijo de todos. ¿Si su hijo estuviese ahí iría a por él, no? Pues nosotros vamos a por él”. 

Son esas breves frases las que me han recordado un fragmento de “Los hijos infinitos”, de Andrés Eloy:

Cuando se tiene un hijo, se tienen tantos niños
que la calle se llena
y la plaza y el puente
y el mercado y la iglesia
y es nuestro cualquier niño cuando cruza la calle
y el coche lo atropella
y cuando se asoma al balcón
y cuando se arrima a la alberca;
y cuando un niño grita, no sabemos
si lo nuestro es el grito, o es el niño,
y si le sangran y se queja,
por el momento no sabríamos
si el ¡ay! es suyo o la sangre es nuestra.
Cuando se tiene un hijo, es nuestro el niño
que acompaña a la ciega
y las Meninas y la misma enana
y el Príncipe de Francia y su Princesa
y el que tiene San Antonio en los brazos
y el que tiene la Coromoto en las piernas.
Cuando se tiene un hijo, toda risa nos cala,
todo llanto nos crispa, venga de donde venga.
Cuando se tiene un hijo, se tiene el mundo adentro
y el corazón afuera.

Busto de Andrés Eloy Blanco en el
Parque El Retiro de Madrid
Como bien se sabe, todas las comparaciones son odiosas. Pero aún así a veces son también necesarias. Mientras la tragedia de Julen mantenía en vilo al alma de España, demostrando dolorosamente lo mejor de este país, o la fortaleza de su tejido social y moral, en Venezuela Maduro y sus secuaces se dedicaban a apresar y torturar niños y niñas, o a extorsionar a sus padres, sin el más mínimo rastro de vergüenza o remordimiento... ¿Cómo podríamos los venezolanos dar un giro no solo político, sino también cultural, que nos aleje definitivamente de la degeneración a la que nos condujo el chavo-madurismo, para recuperar —y superar— el país solidario, amable y risueño que alguna vez fuimos? En 1936, al morir el dictador Juan Vicente Gómez, en Puerto Cabello se lanzaron al mar los grilletes con que se martirizaba a los presos políticos. En esa ocasión dijo Andrés Eloy: “Hemos echado al mar los grillos de los pies. Ahora vayamos a las escuelas a quitarle a nuestro pueblo los grillos de la cabeza, porque la ignorancia es el camino de la tiranía”.  

Lamentablemente, parece claro que nuestras escuelas no siempre han estado a la altura de ese desafío. En muchas de ellas, la educación moral y ciudadana no va más allá de la confección periódica de carteleras; y en otras, con genuina preocupación, se abusa sin embargo de los sermones o del “jarabe de lengua”, para ensalzar distinciones maniqueístas, como la de los valores versus los antivalores, que de bien poco sirven ante realidades sociales que cambian profunda y vertiginosamente. También suele suceder que los maestros reaccionen con exagerada rigurosidad ante infracciones triviales del reglamento, sobre todo las relacionadas con el uniforme o el aspecto personal, mientras se desentienden de asuntos mucho más graves, como los hurtos o el acoso dentro de la institución y en sus alrededores. Así los jóvenes pronto entienden que entre nosotros las normas en verdad no fueron hechas para ser tomadas en serio, sino tan solo para disimular, con una tenue fachada de orden y autoridad, lo que en realidad  
es un caótico caldo de cultivo para la viveza y la violencia.

Ojalá, dentro de los planes de reconstrucción del país que más temprano que tarde se emprenderán, no se olvide impulsar una adecuada educación moral y ciudadana —así como la ética profesional, a nivel universitario—. Eso exigiría, entre otras cosas, poner al día a nuestros docentes con los múltiples avances que se han dado a nivel internacional en esas esferas (mientras el chavo-madurismo se concentraba en la enseñanza del “orden cerrado” o instrucción premilitar como herramienta ideal para adoctinar y asegurar una obediencia ciega). De otro modo, es muy probable que la urgente educación de las conciencias se vea ahogada por la búsqueda de una competitividad académica puramente técnica o instrumental; o que sea confundida, como tradicionalmente ha pasado entre nosotros, con la educación religiosa o para la fe. Con esto de ningún modo quiero negar el valor de esas otras dimensiones, ni la posibilidad de que bien llevadas se complementen y refuercen mutuamente. Lo que intento subrayar es que la educación moral y ciudadana, o si se prefiere, una genuina educación para la democracia, tiene una especificidad e importancia que hasta ahora no hemos sabido reconocer. Y ya va siendo tiempo de que lo hagamos... ¿no les parece?       

lunes, 23 de enero de 2017

¿Educar sobre ciudadanía o educar en ciudadanía?

     (Materiales de lectura)

     De más está decir que se viven tiempos muy preocupantes en cuanto al futuro de la democracia y de la paz, a escala internacional. Y más bien tiempos francamente angustiosos, dentro de la atribulada Venezuela.

     Por supuesto, son muchos los factores que habría que tomar en cuenta al analizar cómo se ha llegado a este estado de cosas. Pero sin duda uno de los más relevantes, cualquiera que sea el enfoque que se elija, es la educación. En particular con la forma en que se educa para la ciudadanía democrática. Lamentablemente, a ese respecto lo más común sigue siendo educar sobre la ciudadanía, en el sentido de educar al estilo tradicional, básicamente informativo o memorístico, a través de peroratas y caletres sobre la estructura del Estado; a pesar de que múltiples autores e investigaciones subrayan una y otra vez la necesidad de innovaciones que permitan asumir la ciudadanía y la democracia activa o vivencialmente, participando, deliberando, y construyendo o reconstruyendo democráticamente las normas de las propias instituciones educativas. 

     Claro está, decirlo es muy fácil...  pero llevarlo a cabo no solo requiere el deseo o el coraje de innovar, entre otros ingredientes. También se requiere mucho estudio y reflexión. Todo esto viene a cuento porque gracias a múltiples y entusiastas colaboraciones, en los últimos meses Gloria y yo hemos estado dictando un Taller sobre esta temática a un público de docentes, orientadores, directivos escolares, consejeros de protección, integrantes de asociaciones civiles y otras personas interesadas en el área. Y como subproducto de ese esfuerzo, hemos elaborado tres materiales de lectura que idealmente van concatenados con las demás presentaciones y actividades del Taller, pero que a nuestro modo de ver también pueden ser útiles por sí solos. De modo parecido, si bien algunos de sus contenidos se refieren específicamente a la legislación venezolana en materia de infancia y adolescencia, creemos que en su mayor parte también pueden ser de interés para educadores o investigadores de otros países de habla hispana.

     Un tema en particular, lo referido a la “justicia restaurativa” y su extensión al ámbito educativo, como “disciplina restaurativa” o “prácticas restaurativas”, de lo cual tratamos en la tercera parte o material, tal vez sea el elemento más novedoso ―o las herramientas más urgentes, dada las crecientes expresiones de violencia dentro y fuera de las aulas―.  En cualquier caso, queda en manos de ustedes juzgar el mayor o menor valor de esas páginas, y si así lo desean compartir los respectivos enlaces [1] con sus colegas.






[1] Estos enlaces permiten ver y descargar los textos (en PDF) sin necesidad de registrarse. También se pueden leer a través de mi página en el portal academia.edu, junto con otros materiales didácticos, pero para descargar desde allí ahora es necesario registrarse (gratuitamente).

viernes, 19 de agosto de 2016

¿A más pobreza más violencia? ¿O a menos institucionalidad más violencia?


A propósito de “Ciudades de vida y muerte”


     Con todo el orgullo que cabe, puesto que colaboré en el esfuerzo, celebro (con cierto retardo) la publicación del libro Ciudades de vida y muerte. La ciudad y el pacto social para la contención de la violencia[1], coordinado por Roberto Briceño-León y el equipo del Laboratorio de Ciencias Sociales, LACSO. Se trata de un primer volumen cualitativo, con múltiples estudios de caso, al que en el futuro le seguirá un volumen cuantitativo.
     Ahora bien, como la extensión propia de un blog no da para largas reseñas, lo que haré poco a poco, en esta y en próximas entradas, será ir recogiendo uno que otro fragmento o dato ilustrativo, de los muchos casos y subtemas que contiene el libro. En esta oportunidad, destacaré tan solo una de las ideas que sirve de eje al libro: que la “institucionalidad” es una variable interviniente en la relación entre la pobreza y la violencia.
     Tal como lo explica Briceño-León[2], la hipótesis que ha predominado en los estudios de la violencia en América Latina y algunas otras regiones afirma que hay una estrecha relación entre la pobreza y la violencia, así como entre la desigualdad y la violencia. Ahora bien, sucede que en Venezuela, durante la última época de bonanza petrolera, hubo cierto alivio tanto de la pobreza como de la desigualdad. Sin embargo, durante esos mismos años el número de homicidios aumentó sostenidamente... ¿Cómo se explica entonces esa aparente anomalía? Lo que sucede, sostiene Roberto, es que se está olvidando una variable en extremo importante: la institucionalidad, entendida en este contexto del mismo modo en que lo hacen la sociología y la economía, como el entramado de normas que regulan las relaciones sociales, o para decirlo en tres palabras, las “reglas del juego”.
“La institucionalidad es una suerte de filtro que hay entre la pobreza y la violencia, por eso, en idénticas condiciones de pobreza y exclusión, unos individuos pasan al acto violento y al delito, y otros no. La institucionalidad es la variable latente que modula la relación entre las variables independientes y la dependiente”[3]
     Al igual que los demás investigadores que colaboraron con el libro, estoy plenamente de acuerdo con esa idea, que las evidencias también sustentan. Sin pretender negar en ningún momento el dramático peso de la pobreza, muchísimo depende de la forma en que se entienda o construya el sentido de las normas. Considerémos, por ejemplo, las palabras de “Jorge”, un veterano delincuente cuya historia de vida fue recogida hace algunos años por la Profesora Marisela Expósito:
“Y el homicidio, eso también es parte del juego, porque suponte que es contigo, es decir, tú tienes lo que yo quiero y yo te canto ‘dámelo que tú lo tienes’, y bueno, la persona se pone Popi y tal y te resistes [...] si no queda más remedio y te resistes ¡pues no tengo otra que detonarte!, porque yo debo conseguí lo que quiero ¡así te tenga que rompé en dos! [...] a mí no me puede doler dejáte pegá si te opones, porque al final yo estoy haciendo mi oficio, mi trabajo y debo cobrá por eso, debo vivir de eso ¿ves?”[4]
     Por supuesto, el punto es que entre las muy diversas maneras en que los actores sociales pueden asumir las “reglas del juego”, no todas son igualmente válidas o respetables. Hay maneras considerablemente inmaduras, primitivas o bestiales, como la de “Jorge”, y hay otras claramente más maduras o evolucionadas. Distinguir entre unas y otras puede resultar más complejo de lo que parece a simple vista, pero creo que el acervo acumulado por la psicología moral contemporánea resulta sumamente útil para ello. Al menos eso fue lo que intenté demostrar en mi principal contribución al volumen,  titulada “Un estado capturado por la moralidad preconvencional”[5]. Pero como ya lo mencioné, el libro tiene muchos otros temas o subtemas dignos de ser considerados y discutidos con detenimiento[6]. En mi nombre y en el de mis colegas, les invito cordialmente a leerlo.

 



[1] De la Editorial Alfa, Caracas, 2016.
[2] En el Capítulo titulado “La teoría sociológica de la institucionalidad y el pacto social”, págs. 117-139.
[3] Pág. 119.
[4] Expósito, M.F. (2014). Una historia de vida marcada por la violencia: Habla “Jorge”. Postconvencionales, No. 7-8, pág. 65. Disponible aquí.
[5] Págs. 87-115
[6] Un listado de sus contenidos puede consultarse aquí.

jueves, 18 de agosto de 2016

Enlace directo a la revista “Postconvencionales: ética, universidad, democracia”


Desde hace cierto tiempo, no se puede acceder a la revista virtual y gratuita Postconvencionales directamente o por medio de los buscadores usuales. Estas dificultades se deben a problemas técnicos de la plataforma del Repositorio institucional Saber UCV. Sin embargo, la revista como tal sigue estando en línea y existe una especie de atajo a través del cual llegar a ella, que es el siguiente:



Pedimos excusas por los contratiempos que esto haya podido ocasionar, y confiamos en que el problema técnico de fondo se pueda resolver pronto. Mientras tanto, todos los contenidos y funciones de la revista siguen operando normalmente; y mucho les agradeceremos si desean compartir este enlace a través de sus redes sociales.

sábado, 31 de enero de 2015

Madurez moral y verdad: el enfoque de John C. Gibbs

(Gracias a la gentileza de los editores, a continuación la versión castellana de la reseña publicada en catalán por el Anuari de psicologia de la Societat Valenciana de Psicologia, 2013-2014, Vol. 15, pp. 195-197).

Desarrollo moral y realidad: Reseña de Gibbs, John C. (2014)[i]


Este es, sin duda, un libro de gran envergadura y trascendencia. La envergadura se puede apreciar en el hecho de que el autor, quien ha escrito más de 80 artículos o capítulos de libros sobre distintos aspectos del desarrollo moral, nos ofrece en este texto un compendio de su obra. Y la trascendencia queda de manifiesto no sólo por la importancia de los temas que trata, como el comportamiento prosocial, el tratamiento de los jóvenes antisociales y el sentido último de la moralidad, sino también por la profundidad o propiedad del análisis. Porque siendo el desarrollo moral un tema tan exigente desde el punto de vista epistemológico, en esta área los simples inventarios de estudios experimentales o resultados estadísticos tienden a ser confusos o de poca utilidad. Pero si bien Gibbs está al día con la literatura empírica, el hilo de su argumentación no gira en torno a ella, sino en torno a la peliaguda cuestión de en qué grado o en qué sentido se puede decir que ciertos conocimientos morales son verdaderos u objetivos. No en balde el texto hace referencia a la realidad.    
En este último sentido, es claro que el enfoque de Gibbs preserva diversos componentes fundamentales del legado de Lawrence Kohlberg, aunque ya desde los años 70 también había empezado a proponer la revisión de otros, sobre todo los relacionados con el desarrollo moral adulto y lo que Kohlberg llamaba el “nivel postconvencional”. Nivel que Gibbs descarta, distinguiendo más bien entre el desarrollo moral “estándar”, el cual abarca (con ciertas reformulaciones o adaptaciones) las cuatro primeras etapas descritas por Kohlberg, y el desarrollo moral “existencial”, que puede superponerse con el estándar, a partir de la adolescencia, pero que en todo caso no procede según etapas, en el sentido estricto o Piagetiano del término. 
Otra forma en la que Gibbs procura actualizar o reconsiderar el legado kohlbergniano es equilibrando la importancia que se debe conceder a los aspectos cognitivos y afectivos del desarrollo moral. El primer tercio del libro, aproximadamente, se dedica a ello, al discutir detalladamente las congruencias y discrepancias entre la teoría Kohlbergniana y las teorizaciones de Martin Hoffman sobre el desarrollo de la empatía y su significación moral.
Una de las añadiduras a la tercera edición de este texto, es un capítulo (el segundo) y diversas referencias dedicadas a los planteamientos de Jonathan Haidt, quien afirma haber logrado una “nueva síntesis” de la psicología moral, y quien ciertamente ha logrado gran popularidad entre las audiencias estadounidenses. Gibbs reconoce como estimulantes algunos de los desafíos o cuestionamientos de Haidt, entre ellos el énfasis sobre el procesamiento rápido y preconsciente o emotivo de una situación, así como la necesidad de prestar atención a los aspectos filogenéticos y neurológicos de las emociones vinculadas con la moralidad. “Sin embargo, en un análisis final, las serias limitaciones (un sesgo negativo, la negación de la prescriptividad y el relativismo moral) de la teoría de Haidt opacan sus contribuciones”[ii]. Efectivamente, en mi modesta opinión, aunque los trabajos de Haidt no están desprovistos de mérito, en lo que atañe al legado kohlbergniano su “síntesis” es más bien una caricatura o grosera distorsión del mismo. Y desde el punto de vista de la educación moral, el marcado relativismo de sus planteamientos los torna irrelevantes. Dicho de otro modo, al prácticamente reducir la moralidad a cuestiones de gusto o de retórica, el pensamiento de Haidt podrá resultar muy popular en la arena política estadounidense, pero sirve de muy poco para encarar los problemas de fondo de la educación moral o de la ética en general.
En el segundo tercio del libro, aunque también hay interesantes aportes teóricos, el énfasis recae más bien en la aplicación del enfoque previamente elaborado a los dos grandes extremos de la relación entre el comportamiento y la moralidad: el comportamiento prosocial y el comportamiento antisocial. Particularmente esclarecedora, a mi modo de ver, es la discusión de un caso tristemente célebre, el de Timothy McVeigh, quien en 1995 voló un edificio gubernamental en la ciudad de Oklahoma, dejando un saldo de 168 muertes y más de 600 heridos. Si bien McVeigh clamó haber actuado justicieramente, en venganza por las muertes ocurridas exactamente dos años antes, en el asedio de Waco, el análisis de Gibbs muestra claramente que McVeigh no fue de ningún modo un “ejemplar moral”, sino una persona con un considerable temple personal, puesto al servicio de un sentido moral gravemente inmaduro y distorsionado por el odio.
De hecho, el caso de McVeigh, ciertamente inusual desde un punto de vista estadístico, ilustra de modo elocuente los tres grandes rasgos que caracterizan a los delincuentes juveniles: un retraso del desarrollo moral; distorsiones cognitivas egocéntricas; y habilidades sociales deficitarias. Mientras que el Capítulo 7 se le dedica a profundizar en esa caracterización, el Capítulo 8 se le dedica a presentar un enfoque cognitivo conductual y diversas herramientas específicas para el tratamiento del comportamiento antisocial entre jóvenes. Todo ello integrado dentro de un modelo llamado EQUIP, el cual ha sido implementado o adaptado en diversas instituciones de los Estados Unidos y Europa, con beneficios substantivos cuando el entrenamiento del personal y el número de sesiones por semana son adecuados. En una de las evaluaciones, por ejemplo, el porcentaje de reincidencia un año después, fue del 15% en el grupo experimental, mientras que el del grupo control fue de un 40.5%[iii].
Como si todo lo anterior fuese poco, antes de cerrar el texto Gibbs pasa revista a dos casos de experiencias cercanas a la muerte, y del profundo cambio o crecimiento moral que significaron para quienes tuvieron esas experiencias. A juicio de un ilustre investigador de la psicología moral, con quien tuve el placer de conversar en uno de los congresos anuales de la Asociación para la Educación Moral (y a quien no viene al caso identificar aquí), esa parte de la argumentación de Gibbs sería la “más débil” del libro. Punto de vista que no comparto, aunque como es obvio, la significación última de la vida y de la muerte son temas que difícilmente pueden abordarse mediante cuidadosos diseños experimentales o los más novedosos paquetes estadísticos. Pero a mi modo de ver, una psicología moral que pretenda eludir esa clase de temas, o que se limite a responder que esos significados dependen del cristal local o cultural con que se les mire, sencillamente no merece ser considerada una psicología moral. Por lo demás, a mi juicio, en el análisis que Gibbs hace de ese tipo de experiencias no hay nada de estrafalario o de fantasioso, ni tampoco algún paso de contrabando hacia el terreno de la religión. Porque si bien lo que pueda haber más allá de la vida ciertamente no está a nuestro alcance como investigadores de las ciencias humanas, las circunstancias objetivas de las experiencias cercanas a la muerte, y los cambios psicosociales que se puedan desencadenar a raíz de esas experiencias, son perfectamente susceptibles de ser documentados y analizados con rigor.
En cualquier caso, juzgue el lector por sí mismo cuán ciertos o cuán inauditos son los argumentos fundamentales de Gibbs: “Si, [como asumo aquí] la vida está profundamente interrelacionada, si de algún modo somos parte, el uno del otro, entonces ponerse en el lugar de otro no es tan solo experimentar al otro, sino también experimentar parte de uno mismo. Y ayudar o hacerle daño a otros es en última instancia ayudarse o hacerse daño uno mismo”[iv].
En fin, por lo que a mí concierne, éste es sin duda uno de los más autorizados y valiosos libros de psicología moral que se hayan escrito, y aquí tan solo me queda hacer votos porque sea traducido, tan pronto como sea posible, al castellano, al catalán, y a cualquier otra comunidad linguística en donde el sentido de la vida y la educación moral sean temas de reflexión, debate o investigación sistemática.       




[i] GIBBS, John C. (2014). Moral Development & Reality. Beyond the Theories of Kohlberg, Hoffman, and Haidt. 3rd ed. New York, Oxford University Press, 355 pp.
[ii]In the final analysis, however, the serious limitations (negative skew; exclusion of prescriptivity; moral relativism) of Haidt’s theory overshadow its contributions”, Op. cit., p. 38.
[iii] Ibid., pp. 202-203.
[iv]If life is profoundly interrelated, if we are somehow part of each other, then to put oneself in another’s place is to experience not only the other but also part of oneself, and to help or hurt others is ultimately to help or hurt oneself”, Op. cit., p. 237. 

miércoles, 21 de mayo de 2014

Noticias (ni tan) descabelladas


SENIAT recomienda pagar directamente a las cuentas de la familia Cabello. Como parte de la contraofensiva ante la guerra económica, el SENIAT recomienda no hacer más depósitos a sus cuentas institucionales, sino depositar directamente en las cuentas personales de José David Cabello ―hermano del que te conté, Superintendente del SENIAT, Director del CENCOEX, Ministro de Industria, y Futuro Zar de la Vaca a conformarse con los fondos de todas las Cajas de Ahorro del país―. También será válido hacerlo en las cuentas personales de cualquiera de sus parientes consanguíneos hasta el tercer grado de afinidad. De esa manera se agilizará el tránsito de los dineros públicos a su destino final, con importantes economías, al eliminar diversas comisiones, testaferros, tiempos de espera, etc. Trascendió que medidas similares se adoptarán fusionando las cuentas de PDVSA con las de Rafael Ramírez, y las de la Tesoreria Nacional  con las de la familia de Cilia Flores, pero no en el caso de la familia Chávez (porque se niega a desalojar La Casona, a pesar de que la Procuradora General, en representación del Presidente, está acampada en la puerta de la Residencia Presidencial a ver si así logra que los porfiados inquilinos se marchen al fin).

Dolientes empujando carro fúnebre en Cuba. 
Creada la Misión “Te lo empujo”. Como medida destinada a combatir el consumismo de baterías para automóviles, el Ministerio del Poder Pueblerino del Transporte decretó la creación de Brigadas Anti-Imperialistas para Prender Carros Empujados. Este servicio será gratuito para todos aquellos conductores revolucionarios que presenten las debidas constancias de: a) poseer un carro sincrónico; b) que no prende; c) estacionado en lo plano o en subida ―porque la revolución no retrocede jamás―; y d) Solvencia de No Guarimbero emitida por el SEBIN. El Decreto en cuestión entrara en vigencia apenas el Gobierno consiga papel para imprimir la Gaceta Oficial. Quienes tengan el auto en una bajadita, o un carro automático y un amigo con cables auxiliares, podrán encender el carro por sus propios medios con la sola autorización del SEBIN o del Colectivo Armado de su respectiva comunidad.   
    
Iglesias venezolanas aclaran no haber tenido nada que ver con el nacimiento de Diosdado. Después de un Cónclave Ecuménico en el que participaron representantes de todas las religiones organizadas que hacen vida en el país, incluyendo confesiones católicas, protestantes, judías, musulmanas y budistas, los voceros del mismo se dirigieron a la nación aclarando que no han podido comprobar que ninguno de los dioses con los cuales mantienen constante comunicación se haya responsabilizado por el nacimiento del actual Presidente de la Asamblea Nacional, o se haga solidario de sus actuaciones públicas. Además, en vista de este nefasto antecedente, exhortaron a las madres que hayan tenido dificultades pasajeras o prolongadas para reproducirse, evitar el pecado de vanidad extrema, absteniéndose de atribuir la solución de tales dificultades a presuntos milagros o intervenciones divinas. Finalmente, en un sentido más general, la intergremial eclesiástica recomendó a los progenitores no bautizar a sus retoños con nombres propios que den por sentados determinados rasgos físicos o psicológicos (como Linda, Dulce, Franco, Modesto, Justo, Pura, etc.), que a vuelta de pocos años pueden plantear crueles contrastes con la realidad.

TSJ interpreta el derecho a “réplica” cuando es el gobierno el que calumnia o transmite noticias falsas. Con ponencia de un magistrado que prefirió no identificarse, y con el voto unánime de todos los demás, que igualmente prefirieron no pasar pena, el Tribunal de Seudo Justicia a la Venezolana declaró procedente un derecho de amparo a favor del conductor del programa “Con el mazo dando”, a quien Fernando del Rincón le ha insinuado repetidamente que rectifique diversas declaraciones demostradamente falsas (acusando de terroristas a víctimas inocentes, o mostrando imágenes de supuestos arsenales que en verdad eran de anuncios de armas de juguete en Amazon.com). Adicionalmente, el TSJ procedió a aclarar que cuando se exige el derecho de réplica a altos personeros del gobierno, ese derecho de ningún modo debe interpretarse como la expectativa de que se desmientan calumnias publicadas en los medios del Estado, o se permita a las víctimas defenderse a través de dichos medios, pues obviamente esa jurisprudencia sólo se puede aplicar cuando le sirve al gobierno para amedrentar a periodistas o medios independientes (caso Tal Cual, p.ej.). Cuando las falsedades o calumnias provengan de los nuevos héroes de la patria, el derecho a réplica deberá interpretarse como una petición de que se retransmita la misma mentira, calumnia o programa en cuestión, de modo incesante e indefinido. Esto, atendiendo a la jurisprudencia del diccionario, según la cual “replicar” significa “repetir lo que se ha dicho”.

"Inclusión Social"
Nota: No está de más aclarar que estas noticias me las he inventado, no  porque crea que la situación del país está para bromas, sino porque generar mis propios disparates fue la única forma que encontré para darle algún sentido a otras noticias, reales pero tanto o más insólitas, de la Venezuela actual. Como por ejemplo, que el caballo purasangre de una familia chavista, cuyo valor supera los 8 millones de dólares, se llama “Inclusión social”[1]. O que a raíz de un allanamiento llevado a cabo en Valencia, en busca de personas acusadas de terroristas por el Ministro Rodríguez Torres, las autoridades se llevaron ―no me queda claro si como indiciados o como testigos― a “un loro, tres canarios, dos chirulí y dos periquitos australianos”[2]. Supongo que todos ellos estarán “cantando” de lo lindo, admitiendo que son sicarios reclutados por la oposición, y que el SEBIN habrá decodificado ya que cuando el loro dice “Pepito, dame la patica” en verdad quiere decir “Leopoldo, dame la platica”. Pero, por si acaso, mejor no les doy más ideas y dejo la cosa de ese tamaño.



[1] (16 de mayo de 2014). Potro inspirado en Chávez amenaza al ganador del Derby de Kentucky. Runrunes.  Disponible en  http://runrun.es/runrunes/121182/potro-inspirado-en-chavez-amenaza-al-ganador-del-derby-de-kentucky.html
[2] Briceño, F. y Sequeda J. (9 de mayo de 2014). Detenida en allanamiento del jueves en La Isabelica fue imputada por tener aves. Notitarde.com Disponible en http://www.notitarde.com/Valencia/Detenida-en-allanamiento-del-jueves-en-La-Isabelica-fue-imputada-por-tener-aves/2014/05/09/325808

lunes, 7 de abril de 2014

El chavista democrático... ¿cómo es? ¿a qué dedica el tiempo libre?

Por aquí y por allá, en los escritos de analistas muy serios, me he topado varias veces con la enigmática expresión “chavismo democrático”. Expresión que me ha producido muchísimo más asombro que cualquier programa especial sobre el monstruo del lago Ness, el chupacabras o los alienígenas ancestrales. Hasta el punto de que sin poder evitarlo, mientras mal que bien trato de mantener mis rutinas en medio de esta “guerra civil de baja intensidad”, una y otra vez me distraigo, intentando imaginarme a un chavista democrático de carne y hueso, y planteándome todo tipo de preguntas al respecto: “¿Y cómo es él? ¿De dónde es? ¿A qué dedica el tiempo libre? ¿Por qué ha robado un trozo de mi vida?” Todo ello para invariablemente concluir, como lo podría haber hecho José Luis Perales, que “es un ladrón, que me ha robado todo”. 

Dicho de otro modo, si los chavistas democráticos realmente existen, del adjetivo “democrático” lógicamente se deducirían un montón de obligaciones o de conductas concretas. Un chavista cabalmente democrático, por ejemplo, debería haber puesto el grito en el cielo, como cualquier otro ciudadano, al oir de boca del propio Ministro de Educación, que para este gobierno es preferible mantener pobres a los pobres, antes que correr el riesgo de que al salir de la pobreza se conviertan en opositores al gobierno. Un chavista que fuese democrático, digamos que a un 75%, tendría que haber manifestado su preocupación ya en 2010, porque el chavismo haya logrado la mayoría en la Asamblea Nacional, no a punta de votos, sino mediante la previa modificación a su antojo y conveniencia de las circunscripciones electorales (lo que se conoce como gerrymandering), entre otras marramucias[1]. Incluso un chavista que fuese democrático solamente los fines de semana, tendría que haber cuestionado a cuenta de qué Diosdado Cabello opera por sí solo como Capitán activo, Comisión de la Verdad, ancla del Canal de Televisión del Estado, máxima autoridad del “contra-ataque fulminante”, e instancia jurídica más suprema que el mismísimo Tribunal “Supremo”. Sin mencionar que su hermano preside nada más y nada menos que el SENIAT ―como quien dice a pata'e mingo de la caja, no tan chica, de la nación―. Y hasta un chavista que tan solo pretendiera hacerse pasar por democrático, tendría que haber censurado, públicamente, las últimas bajezas de Kevin Ávila y de sus secuaces armados, no sólo golpeando sino también desnudando a los estudiantes de la UCV...

En todos esos casos y en muchos otros que sería interminable enumerar, lo verdaderamente democrático habría sido que los militantes y los votantes del oficialismo hubiesen dejado de hacerse los desentendidos y hubiesen elevado su voz para decir algo como: Un momentico, yo seré de izquierda, o yo comulgaré con el socialismo humanista del siglo XXI, pero yo rechazo eso de plano, porque no es justo, porque es insólito, porque sencillamente no puede ser, porque contradice rotundamente los valores que proclamamos a los cuatro vientos, porque mi conciencia no me dejaría dormir tranquilo si me quedara callado, o porque la historia, a través de nuestros propios hijos y nietos nos lo van echar en cara tarde o temprano.

Hablando de historia, por cierto, el ensordecedor silencio del chavismo democrático me recuerda un libro titulado “No sólo Hitler”, en el que Robert Gellately rechaza de plano  la idea de que los horrores del nazismo se debieron a que el Führer y una camarilla de psicópatas lograron aterrorizar o lavarles el cerebro a unos 60 millones de alemanes, que en realidad no tenían idea de lo que estaba pasando en los campos de concentración. Sin duda, sostiene el mencionado profesor, allí hubo una hábil administración de la fuerza y de la propaganda, pero el genocidio se facilitó porque la mayoría de los alemanes aceptó con  entusiastamo la idea de que eran social y racialmente superiores: “Un rasgo característico del Tercer Reich, que lo distingue del fascismo italiano, fue que el régimen no tuvo dificultad en conseguir la colaboración de los ciudadanos de a pie. La población cooperó en la puesta en práctica del antisemitismo y en la aplicación de las medidas raciales a los trabajadores extranjeros” [2].  

Análogamente, y salvando las distancias entre ambos casos, yo dudo mucho que la mayoría de los  chavistas sean en esencia bienintencionados demócratas, inocentemente engatusados por “Venezolana” de Televisión o por las casi diarias cadenas de Maduro. Tal vez esté pecando de prejuicioso, pero creo que a estas alturas del partido, quien siga estando engañado es porque desea fervorosamente que le continúen cayendo a cuentos, y para facilitarlo ha decidido cerrar los ojos. Según lo dijo Maquiavelo: “Los hombres son tan simples, y se someten hasta tal punto a las necesidades presentes, que quien engaña encontrará siempre quien se deje engañar”. Y conste que lo dijo mucho antes de que se inventaran los SMS, el Twitter o Youtube.


En cualquier caso, como no dispongo de datos sobre qué porcentaje del chavismo es el que engaña, cuál el que se deja engañar, y cuál no necesita que lo engañen porque es descaradamente contrario a la democracia y a los derechos humanos, trataré de mantener la mente abierta sobre la hipotética existencia de chavistas que, si bien en apariencia se mantendrían leales a su causa, en su fuero más íntimo estarían avergonzados de ello, por conservar todavía un corazoncito democrático. Y si un día de estos por casualidad llegara a tropezarme con una de esas personas, lo que le diría, recurriendo otra vez a la misma canción, es: “Mirándote a los ojos juraría que tienes algo nuevo que contarme. Empieza ya ... [a expresarte. Sal del clóset.] No tengas miedo. Quizás para mañana sea tarde”.  




[1] Monaldi, Francisco J. (2010, 30 de septiembre). 2 + 2 no son cuatro: por qué con menos votos el oficialismo obtuvo más diputados en Venezuela. Prodavinci. Disponible en: http://prodavinci.com/2010/09/30/actualidad/2-2-no-son-cuatro-por-que-con-menos-votos-el-oficialismo-obtuvo-mas-diputados-en-venezuela/
[2] Gellately, Robert (2005). No sólo Hitler, (La Alemania nazi entre la coacción y el consenso). Barcelona: Crítica, p. 350.

sábado, 29 de marzo de 2014

La "primera combatiente": ¿Cilia o María Corina?


¿Quién merece más, para usted, el calificativo de “Primera Combatiente” de Venezuela? Por si acaso, para quienes hayan reaccionado al título de este escrito con un vehemente “¡Guácatela!”, debo subrayar que no estoy sugiriendo ―o imaginando siquiera― ninguna clase de romance entre Nicolás Maduro y la célebre diputada opositora María Corina Machado. En realidad, lo que me condujo a este tema fueron los testimonios de la agresión ocurrida el 19 de marzo contra los estudiantes de la Facultad de Arquitectura de la UCV. Estudiantes que, por cierto, no estaban haciendo pancartas ni planificando protestas. Muy por el contrario, se habían prohibido a sí mismos hablar de política[1], para que su reunión se concentrara en cómo reprogramar el semestre, después de un mes de angustias y contratiempos. Pero lo más insólito de todo no fue eso, que se les agrediera en el contexto más zanahoria o apolítico que se pueda concebir, sino el hecho de que  sus victimarios, además de encañonarlos, apalearlos y patearlos a placer, e incluso desnudarlos o desnudarlas... también les gritaban “¡fascistas!”[2]. Supongo que entre tantas otras ilustraciones, este colmo de la incoherencia o del cinismo debe ser la prueba más fehaciente de que la crisis económica e institucional del país ha venido acompañada de una maxidevaluación de las palabras, o de una quiebra general del lenguaje.

Por supuesto, comparada con la quiebra de nuestra moneda, la quiebra del lenguaje nos tiende a parecer secundaria o hasta trivial, pero hay muchas razones para pensar que la adulteración de las palabras es tanto o más perniciosa que la desaforada impresión de papel moneda inorgánico o de mentiritas. De hecho, son varios los afamados pensadores que han concluido que la aparición del fascismo y del nazismo en Europa pudo preverse si se hubiera prestado más atención a los abusos del lenguaje. En cierto modo, dice Alex Grijelmo resumiendo la perspectiva de esos autores, fueron las palabras adulteradas por el totalitarismo las que escoltaron a los tanques de la Segunda Guerra Mundial: “Las palabras manipuladas, en efecto, van por delante de las injusticias para abrirles el camino”[3].

Por eso, aunque a primera vista parezca frívolo ocuparse del vocabulario en medio de tantas muertes y violaciones de los derechos humanos, es importante reconocer, como lo advirtió hace tiempo Rafael Cadenas, que la pobreza del habla refleja la pobreza del pensamiento, y que la confluencia de ambas pobrezas tiene consecuencias incalculables[4]. O si se prefiere, como escribió hace unos días Marcelino Bisbal, es importante estar conscientes de que si bien los hechos pesan mucho, las palabras con las que nombramos e interpretamos a los hechos pesan todavía más. A lo cual agregó: “No ha habido discurso, transmisión en cadena de radio y televisión, declaraciones sueltas por aquí y por allá con motivo de cualquier cosa, donde el lenguaje no haya sido prostituido, donde las palabras no hayan sido convertidas en piedras lanzadas contra alguien o contra las 7.270.403 personas que pensamos distinto”[5].

María Corina Machado, frente al Comando de la Guardia Nacional
al culminar la Marcha de las Mujeres por la Paz
En ese orden de ideas, procurando aportar mi granito de arena a la ortopedia e higiene del lenguaje de los venezolanos, quisiera reclamarle al chavismo el desplazamiento de la expresión “Primera Dama”, por la de “Primera Combatiente”. Pues para empezar, si el chavismo es tan pacífico como dice ser, no se entiende que la consorte de quien ocupa la Presidencia se ufane ante todo de su belicosidad. Por otra parte, si lo que se pretende es que los venezolanos asumamos la confrontación como nuestro valor supremo, entonces todos tenemos el mismo derecho a hacerlo y el gobierno debe dejar de quejarse de los “violentos”, porque la Constitución no dice en ninguna parte que los venezolanos se deban dividir en combatientes versus pendejos, o en guerrilleros versus monigotes para tiro al blanco. Y si en definitiva vamos a tomar como modelo de conducta a la más valiente de nuestras mujeres, entonces no me parece que Cilia Flores, protegida como está por múltiples anillos de seguridad, incluyendo los cubanos, reúna puntos para superar ni siquiera el primer casting del novedoso certamen mediante el cual habríamos de elegir (preferiblemente sin la “ayuda” de Tibisay Lucena) a la mujer más combativa de Venezuela.  Al fin y al cabo, sus mayores victorias, hasta donde tengo entendido, consistieron en “enchufar” a más de 30 parientes suyos en la Asamblea Nacional, y luego a un sobrino como Tesorero de la Nación[6]. Todo un récord de nepotismo que no sólo mereció la condena de la oposición, sino también la de cierto sector del propio chavismo[7] ―vale la pena acotar―. 

Damas de blanco venezolanas disputándole
la Plaza Altamira a los militares
María Corina Machado, sin duda, sería una candidata mucho más fuerte al mencionado título. Bien sea por aquella ocasión en que le explicó a Hugo Chávez, en su cara, que lo que él entendía por expropiar equivale a robar, o por las tantas veces en que ha tenido que enfrentar toda clase de cobardes ataques contra su integridad física y moral. Pero es igualmente indudable que el número de las posibles candidatas es grande y la competencia sería harto reñida. Sin pretender que las voy a mencionar a todas, o en su debido orden, me imagino que entre las favoritas también figurarían Gaby Arellano, Lilian Tintori, Marvinia Jiménez, Rocío San Miguel, Rayma, Ligia Bolívar, Liliana Ortega y una larga lista de corajudas periodistas, como Altagracia Anzola, Jenny Oropeza o Mildred Manrique, así como una lista considerablemente más larga de madres, de abuelas y de jovencísimas manifestantes que, aun cuando no hayan recibido tanta atención por parte de las redes, han estado derrochando valor e integridad a raudales. 

Naturalmente, no se debe descartar que entre las candidatas con chance también pudiesen quedar algunas partidarias del oficialismo, pero para serles franco, como nunca veo a VTV, TVEs y afines, no se me ocurre a quién mencionar. Además, como en sus contramarchas no solo cuentan con comidas y bebidas espirituosas, sino también con escoltas y control de asistencia, parece claro que lo que se merecen serían más bien discretos diplomitas por “aseo”, “obediencia” o “disciplina”. Por otra parte, supongo que en algún universo paralelo, la Defensora del Pueblo, la Fiscal General y las magistradas del Tribunal Supremo arrancarían con ventaja, en razón de sus atribuciones, pero en nuestro caso tan peculiar, aunque las categorías suenen muy parecido, no se debe confundir a las más combatientes con las más complacientes.
 
En fin, así como en España, según Grijelmo, el franquismo “dejó inservibles muchos vocablos [incluyendo a la “patria”] que en el resto del mundo hispano siguen su camino sin problemas”[8], el chavismo, no conforme con arruinar fincas, fábricas, clínicas y hospitales, y dentro de poco también centros comerciales, arruinó además infinidad de palabras, como “bolivariano”, “colectivo”, “militar”, “mesas de diálogo”, “comisión de la verdad”, y hasta “paz” y “felicidad”. Ojalá, dentro de la necesaria reconstrucción de Venezuela que espero comience más pronto que tarde, nadie olvide incluir los tornillos verbales y los sacos de cemento lingüístico indispensables para recuperar las virtudes del país que en otros tiempos solíamos adjetivar y sentir como el más “chévere” del mundo.     




[1] Avendaño, E., y Lugo, A. (2014, 21 de marzo). “¿Quiénes son los que quieren tumbar al gobierno?”. El Nacional, p. 4.
[2] Molina, T., y Hernández, J. (2014, 21 de marzo). Me dio tan duro que me dejó marcada la suela de su zapato. El Universal, disponible en http://www.eluniversal.com/caracas/140321/me-dio-tan-duro-que-me-dejo-marcada-la-suela-de-su-zapato
[3] Grijelmo, A. (2000). La seducción de las palabras. Madrid: Santillana, p. 124.
[4] Cadenas, R. (1984). En torno al lenguaje. Caracas: Universidad Central de Venezuela.
[5] Bisbal, M. (2014, 14 de marzo). El Nacional, disponible en http://www.el-nacional.com/marcelino_bisbal/quiebra-palabras_0_371962964.html
[6] Vinogradoff, L. (2013, 2 de diciembre). Una primera dama de armas tomar. El bochinche venezolano [Blog]. Disponible en http://abcblogs.abc.es/bochinche-venezolano/2013/12/02/una-primera-dama-de-armas-tomar/
[7] Ayala Altuve, D. (2011, 2 de septiembre). Clan Flores fuera de la AN. TalCualDigital.com. Disponible en http://www.talcualdigital.com/nota/visor.aspx?id=57908&tipo=AVA
[8] Grijelmo, Ibid., p. 198.

viernes, 14 de marzo de 2014

De orinar en la sopa, o de los crímenes de lesa institucionalidad

Hace pocos días, mientras miraba un video de los recientes hechos de Los Ruices,  sufrí un ataque de compasión. En parte corriendo, y en parte a gatas, para protegerse, un Guardia Nacional se iba aproximando a un compañero, tirado en el suelo, boca arriba. Pero cuando al fin le tuvo cerca, su reacción me resultó desconcertante, porque en lugar de algún gesto de auxilio, lo que hizo fue halarlo bruscamente del pecho, y acto seguido soltarlo, con la misma rudeza, se diría que con desprecio. Un instante después comprendí: al ver la expresión del caído, o la gravedad de sus heridas, se había dado cuenta de que ya poco o nada podía hacerse, y su gesto debe haber ido acompañado de algunas palabras como “¡Coño, nos lo mataron!” Fue entonces cuando, espontáneamente, me identifiqué con su dolor. Lo imaginé valiente, habiéndose expuesto para socorrer a su compañero. Lo imaginé solidario, pensando en los seres queridos del amigo agonizante. Lo imaginé vulnerable, a pesar de su arma, de su casco y de todos sus arreos antimotines, que no antibalas...

Digo que todo aquello fue un “ataque de compasión”, recordando lecturas de psicología moral en las que se comenta que, para sorpresa de muchos, Joseph Goebbels, el tristemente célebre ministro de propaganda de Hitler, muchas veces experimentó ataques de compasión ―y a veces hasta tuvo actos de misericordia― hacia los judíos que estaba decidido a exterminar.  Lo que pasa es que, interpretándolos como debilidades pasajeras,  Goebbels se las arregló para hacer a un lado esos impulsos o episodios de piedad, y así continuar con su labor genocida. La moraleja psicológica de ese y otros ejemplos trata de hacernos ver que no siempre la emoción representa al mal y la razón a la moralidad, sino que a veces sucede todo lo contrario. A veces es una razón descaminada o ideologizada la que nos lleva a ser ciegos ante las verdades que para el corazón resultan obvias.

Lo cierto es que fue con esas lecturas en mente que empecé a preguntarme a mí mismo: ¿Estoy haciendo lo mismo que Goebbels? ¿Estoy acallando, por razones puramente ideológicas, mis propios “ataques” de compasión? ¿Me estoy autoinmunizando ante el sufrimiento de una amplia porción de mis compatriotas?  ¿Se me está encalleciendo el corazón, ante quienes apoyan al gobierno? Honestamente creo que no. Pero no está de más mantenerse alerta, para no deshumanizarse uno mismo, al deshumanizar a los que sienten y piensan distinto.  Por ejemplo, he visto en algunos foros digitales cómo la tragedia que estamos viviendo es tratada cual si fuese alguna especie de macabro campeonato deportivo, en el que se dilucida cuál bando es más violento y terrorista, o viceversa, cuál bando es más víctima inocente. Los estudiantes y manifestantes muertos, serían entonces goles a favor, mientras que los guardias nacionales y los motorizados muertos equivaldrían a goles en contra ―o a la inversa, según las simpatías políticas de cada quien―. Ojalá, en lo íntimo de la conciencia de cada uno de nosotros, podamos evitar esa clase de ópticas que solo presagian una tanda de penales en la que el marcador final se contaría por miles o decenas de miles. 

Pero aunque la dimensión psicológica es sin duda de gran importancia, es claro que nuestros problemas actuales no tienen que ver esencialmente con los porcentajes de razón, de pasión o de compasión que cada uno de nosotros pueda demostrar, en la esfera personal, sino sobre todo con las instituciones o conjuntos de normas diseñados precisamente para contener y compensar los inevitables excesos o desequilibrios individuales. Con otras palabras, el problema no es tratar de organizar al país colocando los ángeles de un lado y los demonios del otro, pues como seres humanos, todos tenemos algo de ambas cosas. El problema es que nuestras reglas fundamentales sean lo bastante claras, lógicas y legítimas, y por ello respetadas, como para generar cada vez más orden, prosperidad y justicia.

Miembros de la Policía "Nacional" Bolivariana observan impasibles
 como un guerrillero urbano oficialista, o integrante de los "colectivos
de paz", dispara contra viviendas de sectores opositores en la
ciudad de Caracas.
Por eso hay una diferencia de fondo, o mejor dicho abismal, entre el daño que hace un malandro que le arrebata un celular o una cámara a un transeúnte, y el que hace un guardia o un policía nacional cuando se roba el teléfono de un manifestante, o la cámara de un periodista, o cuando le abre paso y protege a un Tupamaro para que sea él quien robe a placer. Quiero decir, supongamos que el valor del bien o la gravedad de las lesiones son absolutamente iguales. En el primer caso, aunque sea lamentable, la víctima es tan solo una persona, y si el sistema institucional opera como se debe, la ley y la nación no solo salen indemnes, sino que hasta se fortalecen.  Mientras que en el segundo caso, además de la persona directamente perjudicada, la víctima es el sistema institucional, o lo que es lo mismo, la víctima somos todos, porque se  hiere a la confianza básica en las normas sobre las cuales se funda cualquier nación o sociedad civilizada. Por eso mismo, aunque se mantengan cómodamente lejos de la violencia, las omisiones o alcahueterías de la Fiscal, la Defensora del Pueblo y demás altos cómplices del régimen, son inconmensurablemente más dañinas y criminales que los atropellos que tan descaradamente amparan, o hasta condecoran.  

Claro, por su propia naturaleza, inevitablemente abstracta, este tipo de daños o crímenes pueden ser algo difíciles de entender o explicar. Por cierto, ese mismo día del que hablo, también me vi forzado a ponerme en los zapatos de otra persona que se hallaba en Los Ruices, filmando los acontecimientos desde su balcón. Porque en su video, entre las detonaciones y el ruido de las cacerolas, por momentos se alcanzaban a escuchar las preguntas de un nené:  
Guardias nacionales y civiles oficialistas atacando codo a codo la
Universidad de  los Andes, en la ciudad de Mérida
Niño: ¿Y cómo si son los policías malos?
Padre: [No responde]
Niño: ¿Pero quiénes son los que lanzan las bombas?
Padre: Los malos.
Niño: ¿Los ladrones?
Padre: No, los policías.
Niño: Pero si ellos están defendiendo, entonces... si las bombas vienen p’acá, entonces... cómo ellos están...
Preguntas que aparentemente quedan sin respuesta, tal vez en parte por lo alterado que estaba el padre, y tal vez en parte porque no es nada fácil responder a una criatura cómo es que en la Venezuela actual los uniformes y las acciones de los buenos pueden ser idénticos a los de los malos. De hecho, no son solo los niños quienes pueden tener dificultades para entender este tipo de cosas. Por desgracia, son muchos los adultos para quienes las “instituciones”, la “legitimidad”, o la “democracia” misma son nociones tan misteriosas o quiméricas como las hadas y los unicornios.


En fin, tratando, a mi modo, de explicar por qué cada crimen contra las instituciones es mucho más grave que mil crímenes contra seres de carne y hueso, yo diría que cuando se borran las diferencias entre nuestros cuerpos de seguridad y los guerrilleros urbanos o malandros en general, se comete un crimen de lesa institucionalidad. Algo tan inconcebible como un bombero que se dedicara a provocar incendios, en vez de apagarlos. Tan detestable como un jugador de pelota que juegue mal a propósito, para meterse un billete. Tan condenable como un médico que se aprovechara de la anestesia del paciente, para degollarlo con el bisturí.  Tan asqueroso como un cocinero que se orinara en la sopa que te va a servir. O tan abyecto, en resumen,  como alguien que, haciéndose llamar Presidente, se dedica a destruir la economía, a impedir una verdadera educación, y a instigar, una y otra vez, una guerra civil. Y todo ello, para ñapa, sin dejar de dormir como un niño.