jueves, 5 de diciembre de 2013

¿A qué edad comienza el derecho al papel higiénico?

La pregunta no es ni hipotética ni ociosa, sino basada en hechos reales, aunque no fui testigo de los mismos. Se trata de un caso que le fue relatado a mi esposa hace algunas semanas, durante un taller sobre los derechos de la infancia: Una dama y su hija se hallaban en una farmacia venezolana, haciendo algunas compras, cuando ¡oh maravilla, apareció el papel higiénico!

Estando clara de que el producto está racionado a un empaque de 4 rollos por persona, y ya que cargaba su propio dinero consigo, la niña le propuso a su madre contribuir con la economía familiar comprando un paquete a cuenta de su pequeño y personal bolsillo. La madre, como era de esperarse, vio con buenos ojos la iniciativa y así, cada una con su preciado paquete, llegaron a la caja. Pero sucede que ―según el cajero― la niña no tenía derecho a hacer una transacción de tamaña importancia, por lo cual se negó a cobrarle. En otras palabras ―podemos deducir― una niña no es una persona.

Sin embargo, como también era de esperarse, el dictamen del cajero no fue acatado sin chistar, y ante la enérgica protesta de la madre, los demás consumidores en cola se polarizaron, unos poniendo el grito en el cielo por el atropello a la jovencita, y otros quejándose por lo que consideraban una viveza de parte de la madre. Dejo la anécdota en este punto, porque no creo que lo más importante del incidente tenga que ver con lo que en definitiva haya decidido el gerente de la tienda, la edad exacta de la niña o si el papel en cuestión era de los económicos o de los de lujo. Mejor me parece ver el asunto en un contexto más amplio o internacional, porque no es sólo en Venezuela donde los niños son cada vez más importantes como consumidores, bien sea directamente, con el dinero de sus mesadas, o indirectamente, al influir sobre los gastos familiares.


En los Estados Unidos, por ejemplo, tal como lo expone Sandra Calvert[i], el poder de compra de los niños y adolescentes ha venido aumentando exponencialmente y su influencia sobre los gastos familiares se hace sentir desde la elección de las comidas, hasta la selección de destinos vacacionales o la compra de automóviles.  Atentas a estas tendencias, las compañías de publicidad y mercadeo han redoblado esfuerzos por captar los mercados infantiles y crear lealtades desde las más tempranas edades, a veces empleando métodos cuestionables, por la dificultad de los pequeños para distinguir entre la realidad y la fantasía, o para comprender la intención de los avisos publicitarios. De allí la necesidad, continúa exponiendo Calvert, de que los padres actúen como mediadores y de que se formulen políticas públicas que regulen no sólo la propaganda televisiva dirigida a audiencias infantiles, sino también la que llega a través de internet o incluso a través de las escuelas y los materiales educativos.

En ese sentido, aunque el desarrollo cognitivo de los niños como consumidores se ha estudiado aplicando las teorías de Piaget, entre otras, aún no se ha estudiado lo suficiente si la creciente exposición a los avisos comerciales está haciendo que los jóvenes sean cada vez más materialistas. “Las chicas preadolescentes, por ejemplo, están comprando cada vez más y más ropas, maquillajes y demás productos que antes iban dirigidos al mercado adolescente. Un equipo de trabajo de la Asociación Estadounidense de Psicología ha argumentado que las fuertes campañas de publicidad y mercadeo están conduciendo a la sexualización prematura y a la explotación de las jovencitas”[ii].    

Ahora bien, volviendo al contexto local venezolano, tal vez haya quien considere que esta clase de argumentos vienen a darle la razón al gobierno actual, siempre tan dispuesto a hablar pestes del capitalismo y del consumismo ―mientras sus voceros, vestidos con costosísima ropa de marca, instigan al saqueo de televisores de última generación―. Pero a mi modo de ver no es así. Por el contrario, si el análisis especializado de algunas propagandas destinadas a vender muñecas y carritos pone en duda su moralidad... ¿cómo puede alguien en su sano juicio justificar que nuestro Ministerio de Educación asuma como tarea prioritaria la promoción en las aulas de una parcialidad política?

Además, como si esto último no fuese ya suficiente desgracia, conviene advertir que un efecto neto de las políticas económicas que padecemos es la creciente infantilización de la sociedad. Porque si bien la retórica gubernamental suele vanagloriarse de estar empoderando a los niños, niñas y adolescentes, al irlo controlando todo, desde el uso de las divisas, pasando por todo tipo de precios y alquileres, hasta el contenido de los noticieros y la adquisición del papel higiénico, en la práctica nos trata a todos los adultos como nenés de pecho, incapaces de entender nada o de tomar decisión alguna sin la abusiva tutela de Papá Giordani, hoy por hoy ampliamente reconocido como el más destructivo Ministro de Economía del planeta.  



[i] Calvert, Sandra L. (2008). Children as Consumers: Marketing and Advertising. The Future of Children. Vol. 18, No. 1, pp. 205-234.
[ii] Ibid., p. 219.

viernes, 29 de noviembre de 2013

De la birra como eje transversal de la pedagogía comunal

Como cualquier buen tesista sabe, a medida que va uno insistiendo en el estudio de cierto tema durante años, esa materia o indagación deja de ser un asunto relativamente frío o distante para irse convirtiendo en parte de uno, como si fuese una especie de tejido o de órgano indispensable para el bienestar personal, y cuya salud puede sufrir altibajos. En mi caso particular, después de décadas leyendo sobre educación moral y desarrollo moral, desde hace unos días tengo lo que podríamos llamar un agudo “cólico profesional”, que me empezó al leer sobre un dirigente comunal, desbordante él de entusiasmo, que últimamente ha venido desarrollando muy curiosos métodos educativos o reeducativos:

“Reuní a casi 10 chamos que estaban destruidos por la droga e inmersos en la delincuencia. Compré carne para parrilla y una caja de cerveza. Aquí mismo, en la casa comunal, les dí una charla. Les hablé del árbol de los tres caminos: el hombre nuevo que nace del socialismo, el cementerio y la cárcel. La idea es que vieran las tres opciones”[i].  

 ¿Cómo es posible ―he tenido que preguntarme― que haya perdido yo tantos años leyendo a Piaget,  Kohlberg, Gibbs, Colby y Narváez, entre otros autores, cuando las verdaderas claves de la pedagogía moral residen en la guasacaca y en una gavera de cerveza?  ¿Cómo he podido ser tan ciego? ¿O será que los ciegos son los demás? ¿Será que esos “métodos” son más bien indicadores del increíble primitivismo “pedagógico” y social en que hemos caído?  


Claro, de seguro no faltará quien piense que mi problema es producto de la vulgar y silvestre envidia, o que por andar leyendo puros autores extranjeros no soy capaz de reconocer la sublime creatividad pedagógica que bulle en cualquiera de nuestros callejones o botiquines... Pero en mi defensa puedo decir que hace años tuve el privilegio de documentar la excepcional experiencia del barrio caraqueño  “Los Erasos”, en materia de control y prevención de la delincuencia[ii]. También estoy al tanto del libro publicado por Amnistía Internacional sobre la experiencia de Catuche[iii], en donde el coraje y la organización de las madres de la comunidad, apoyadas por el padre José Virtuoso, por Doris Barreto, Coordinadora Comunitaria de Fe y Alegría, y por otros profesionales de la misma organización, han logrado contrarrestar una espiral de violencia en la que los varones jóvenes eran al mismo tiempo los victimarios y las principales víctimas. Igualmente admiro las experiencias que han tenido lugar en Chacao, en materia de Contratos Sociales o Acuerdos de Convivencia[iv].  

De modo que no se trata de condenar o de santificar, en bloque o por razones ideológicas, el rol de las comunidades en cuanto a la seguridad o la educación ciudadana; sino de discriminar entre el grano y la paja de las experiencias comunitarias en esas materias. Se trata de reconocer que la educación y la reeducación son problemas algo más complejos que el establecimiento de tarantines de empanadas o de gallineros verticales. Se trata de reconocer que el mero voluntarismo no basta para resolver esa clase de problemas. Se trata de reconocer que las teorías, los métodos y los principios éticos propios de las ciencias humanas, si bien no son una panacea, son ingredientes indispensables para el logro de soluciones genuinas o duraderas. Se trata de reconocer que los profesionales de las ciencias humanas requieren ciertas condiciones mínimas, incluyendo el debido respeto, para cumplir con su rol, que sin duda no consiste en ponerse franelas de colores y repartir cerveza para hacer propaganda barata.

Se trata de evitar, como se pretende hacer con la reciente propuesta de Reforma de la LOPNNA[v], que el Estado se desentienda alegremente de sus responsabilidades, empleando como coartada un falso empoderamiento de las comunidades. Un empoderamiento en el que se asignan cada vez más tareas u obligaciones a los Consejos Comunales, incluyendo en este caso la vigilancia de los jóvenes que incurran en delitos, pero sin garantizar o especificar siquiera con qué recursos humanos, financieros e institucionales se va a hacer posible el cumplimiento de esas tareas. En fin, ¿qué se podrá esperar de semejantes “empoderamientos” si prospera la mencionada reforma legal? Cualquier cosa, naturalmente. Incluyendo el descubrimiento de los beneficios de las birras como terapia antiadictiva, o qué sé yo, tal vez la adopción de las canciones de Juan Gabriel como nuevo eje transversal del Currículo Nacional.  



[i] Citado por López Edgar e Itriago Dalila (2013, 18 de noviembre). Vigilar a adolescentes infractores: nueva tarea de los consejos comunales, (Reforma de la LOPNNA causa controversia). El Nacional, Ciudadanos, p. 2.
[ii] Farías, Levy (1994). El papel de las organizaciones vecinales en el control y prevención de la delincuencia: un testimonio desde “Los Erasos”. Politeia, No. 17, pp. 283-324.
[iii] Zubillaga, V., Llorens, M., Souto, J., Núñez, G. y Larrazábal, V. (2013). Acuerdos Comunitarios de Convivencia ante la Violencia Armada, (Pistas para la Acción). Caracas: Amnistía Internacional.
[iv] Véase, p.ej., Municipio Autónomo Chacao del Estado Miranda (2009, 8 de noviembre). Contrato social - Reglamento interno de la comunidad de La Cruz.  Caracas.
[v] Perdomo, Gloria (2013, 27 de noviembre). La reeducación social de los adolescentes que han incurrido en delitos no debe ser una responsabilidad de Consejos Comunales. Sic Semanal. Disponible en http://sicsemanal.wordpress.com/2013/11/27/la-reeducacion-social-de-los-adolescentes-que-han-incurrido-en-delitos-no-debe-ser-una-responsabilidad-de-consejos-comunales/

jueves, 14 de noviembre de 2013

Indignación por diez a la ene

Por mi trabajo como educador, debo tener un vocabulario algo más amplio que el del ciudadano promedio; pero igual se queda uno sin palabras a la hora de opinar sobre todo el desgobierno y las bajezas que estamos presenciando en la Venezuela actual. En un sentido más bien literal, sucede que no sólo la moneda sino también el lenguaje, terminan devaluándose cuando se les maneja irresponsablemente, sin asidero alguno en la realidad. Por eso, en vez de acumular un montón de epítetos y adjetivos tratando de expresar todo el malestar que ronda por nuestras calles, casas y foros electrónicos, se me ha ocurrido desempolvar de entre mis recuerdos del bachillerato el uso de las potencias de diez, como forma de distinguir entre distintos órdenes de magnitud ―o de calamidad―.

Pena ajena por diez a la tres: El general estrangulador. En el caso de los periodistas del diario 2001[1], parece ya bastante absurdo que primero los convoquen a cubrir un evento, y que cuando están en eso los ataquen y detengan. Ninguna culpa tuvieron ellos de que lo que se suponía era una feria se convirtiera en una vulgar sampablera cuando llegó el pernil. Pero igualmente increíble es que haya sido un presunto general, en persona (y en cayapa), quien le haya aplicado una estranguladora al fotógrafo, para obligarlo a soltar su preciada cámara. Yo tenía entendido que  los generales se deben ocupar de los aspectos más elevados de la guerra,  como decidir la estrategia o subir la moral del ejército, no de patadas voladoras o llaves de lucha libre. De hecho, por eso es que en vez de metralletas o granadas suelen portar un “bastón de mando”, que ni siquiera como bastón sirve, pues es muy corto o puramente simbólico. Pero en la Venezuela actual, por lo visto, un chuzo o un simple pico e’botella de mando ―eso sí, coquetamente bañados en oro― simbolizarían mucho mejor la calaña de liderazgo que hoy se ejerce en nuestros cuarteles.   

Ilegitimidad por diez a las seis: ¡Que no quede nada en los anaqueles! Atónita tiene que haber quedado cualquier persona que haya visto al señor Maduro, primero mandar a vaciar comercios, y luego, cuando empezaron a obedecerle, hacer llamados a conservar la calma y respetar la ley... ¿En qué pensarán ese señor y sus seguidores cuando piensan en la palabra “ley”? Creo que una pista es la afición del chavismo por los decretos “con rango, valor y fuerza de ley”, pues me parece que si su mala conciencia no les recriminara que se trata de una nueva arbitrariedad o marramucia jurídica, no insistirían tanto en que el texto en cuestión tiene la pinta, el aroma y el tumbao de una ley de verdad. Lo que me extraña es que para prevenir demandas de nulidad, no escriban al final de cada decreto “trancao con llave y candao”, como hacen los niños, después de mentarle la madre a otro, para protegerse de las previsibles réplicas. De todos modos, no estaría de más que la Universidad Bolivariana creara algún Instituto de Altos Estudios de Sinónimos, Antónimos y Homónimos (y/o/u Homófobos, si van a nombrar a Pedro Carreño como Rector). Así el Ejecutivo Nacional tal vez no confundiría “precios justos” con “justos los que me da la gana”, y lograría distinguir mejor entre cosas como pajar y panal, estetoscopio y telescopio, peces y penes, deconstruir y destruir, y sobre todo entre legalidad y legitimidad.

Indignación por diez a la ene: El cierre del Ministerio de Educación. Ya desde el primer libro de pedagogía que me asignaron leer en la universidad, aclaraban a uno que educar es, por definición, un esfuerzo moral, o dicho de otro modo, que instrucción no es lo mismo que educación. En ambos casos hay enseñanza, aulas y pizarrones. Pero la instrucción se queda en el plano técnico o práctico, mientras que la educación propiamente dicha apunta a lo moral, a los valores universales o de mayor consenso social, a la plena autonomía y desarrollo del educando ―jamás a un fin tan bastardo como la permanencia en el poder de una camarilla o parcialidad política―. Por eso, cuando la Ministra Maryann Hanson gustosamente subordina su despacho a la secretaría de propaganda del PSUV, está clausurando, de facto o para efectos morales, al Ministerio de Educación, por más que las oficinas se mantengan abiertas y la burocracia continúe su ciego curso. Falsear la historia, abusar de la Constitución so pretexto de “ilustrarla”, reformar el currículo para fomentar el chavismo como si fuese un culto religioso[2]... todo ese adoctrinamiento no es más que otra clase de saqueo ―el saqueo de las conciencias infantiles― que seguramente no llamará tanto la atención como el hecho de que alguien rompa una vidriera o una santamaría, pero que si pusiéramos las cosas en su justa perspectiva, nos resultaría muchos miles de veces más grave y condenable.

En fin, esto es lo que hay. A esto se reduce el cacareado proyecto de país del chavismo. Censura, plasmas y fanatismo para hoy; tortura, hambre y más sangre para mañana.     



[1] San Miguel, Rocío (2013, 7 de noviembre). Militares contra periodistas. Noticiero Digital, disponible en http://www.noticierodigital.com/2013/11/militares-contra-periodistas/
[2] Ojeda, Juan José (2013, 6 de noviembre). Constitución Ilustrada pretende involucrar a niños en una suerte de religión chavista. Noticiero Digital, disponible en http://www.noticierodigital.com/2013/11/constitucion-ilustrada-pretende-involucrar-a-ninos-en-una-suerte-de-religion-chavista/

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Del amor del "barrio modelo" por los tiroteos (WTF)


Aunque lo leí hace ya un par de semanas, aún no logro asimilar un escrito reciente del reputado sacerdote salesiano e investigador social Alejandro Moreno. Más que el artículo en sí, lo que me perturba es un párrafo donde el estimado Alejandro, sus colegas, o sus entrevistados ―la autoría no queda del todo clara―, parecen reivindicar a los “malandros” como una valiosa expresión folclórica o algo semejante. Cito:

“En el barrio nos sentimos bien, digan lo que digan los de fuera, y sabemos que somos nosotros, que nos distinguimos de los del otro barrio, porque tenemos nuestro nombre, nuestro patrón, nuestras fiestas, nuestros malandros, nuestros políticos y politiqueros, nuestras bodegas, nuestra licorería, nuestra escuela, nuestra iglesia y nuestras iglesias. Nuestros tiroteos también, pero aunque no se crea, nuestra seguridad, porque nuestros malandros son nuestros y no se meten con nosotros que somos la trama familiar y social en la que ellos se mueven y la única en la que pueden sobrevivir. Se tirotean entre ellos y ellos, no contra nosotros, y ya sabemos que cuando hay tiros, no se debe uno asomar ni a la puerta ni a la ventana, como en cualquier parte de la ciudad”[1].


Si entendí correctamente, estas no son palabras textuales de alguien en particular, sino parte de un esfuerzo colectivo por condensar lo que vendría a ser el punto de vista modelo o paradigmático de nuestras comunidades populares. Lo problemático de tal esfuerzo es que en esa clase de conceptualización parecen confundirse la abstracción propia de las ciencias sociales o de los “tipos ideales” weberianos, con una reivindicación o idealización más bien romántica (¿o religiosa?) de los barrios y de sus habitantes. En consecuencia, resulta harto difícil desenmarañar allí qué es descripción y qué son teorizaciones o interpretaciones normativas. Pareciera, entonces, que la intención es combatir los prejuicios o estereotipos que critican o denigran a las comunidades populares, con estereotipos opuestos, en los que el orgullo de pertenecer a un barrio en particular se extiende a todas las facetas de la comunidad, incluyendo las delictivas. Ahora bien, como a mí en lo personal el punto de vista expresado me resulta alarmante, a continuación trataré de cuestionarlo con la misma brevedad con que fue planteado, aunque a título individual, sin pretender que al hacerlo represente entera o perfectamente a la clase media, aunque sin duda me siento ubicado en ella.

Estimados habitantes del barrio primigenio: Ante todo ténganse la bondad de revisar sus estadísticas, o de leer con más cuidado las noticias de sucesos. Porque mucho me temo que la puntería de sus malandros no es tan buena como creen, y la potencia de su armamento considerable. Supondría uno que están ustedes al tanto de la cantidad de pacíficos y honestos vecinos que han muerto o resultado heridos, no sólo en las calles del barrio sino también dentro de sus humildes moradas, sin haberse asomado a ningún lado. Por lo visto, las balas de alto calibre atraviesan el zinc y más de una pared sin reparar en provincialismos o sentimientos de arraigo a sectores específicos. (Por cierto, también parecen haberse olvidado ustedes de sus abundantes niñas preñadas a los 14 años o antes). Pero sobre todo, suponiendo que todavía, o en promedio, sea cierto que sus malandros no se meten con ustedes, ¿tendrían la amabilidad de preguntarse a quiénes será que ellos asaltan, violan y matan? ¿será de casualidad a compatriotas de algún barrio cercano, o de alguna urbanización que ningún daño les han hecho? Y si no es ya mucho pedir, ¿no ven ustedes que en la medida en que se asuman como la trama vital, familiar y social de los malandros, en esa medida se hacen ustedes cómplices de sus crímenes?

Como el tema es claramente muy álgido procuraré ser lo más preciso posible. Si lo escrito por Moreno y sus colegas es inexacto, de antemano me retracto y les pido disculpas a ustedes. Pero si ese texto efectivamente refleja la mentalidad y los valores de ustedes... es sencillamente inconcebible para mí cómo pueden ustedes sentirse tan seguros y tan satisfechos de sí mismos, sin el menor asomo de nada que se parezca a una autocrítica. Y lamentablemente no podría uno más que concluir, tal como sugiere una vieja expresión, que tienen ustedes dos ranchos: el físico, en el que tan orgullosa y felizmente dicen vivir; y otro, virtual, en la cabeza.     




[1] Moreno, A. (15 de Octubre de 2013). ¿Comunidades organizadas? El Nacional, Opinión, p. 11. 

lunes, 28 de octubre de 2013

Yo sicareo, tú sicareas, a él lo sicariaron...


En verdad no estoy nada seguro de cómo se conjugará nuestro último aporte al castellano; pero lo intento porque me llama mucho la atención el nacimiento de ese verbo, con el que me he encontrado  por primera vez en la advertencia tuiteda por un conductor caraqueño: “Hace minutos sicariaron un motorizado en la Av. Libertador”[1].

Supongo que resultaba más correcto decir “sicariaron a un motorizado”, pero como lo que preocupa de la frase no es exactamente la gramática, le dejaré ese tipo de consideraciones a Alexis Márquez u otros especialistas en el buen uso del idioma. Lo que a mí me parece más relevante es cómo el hablante común, en la búsqueda de una mayor economía o simplicidad del lenguaje, se inventa un verbo a partir de un sustantivo, en vista de lo absolutamente cotidiano y hasta trivial que se nos ha vuelto a los venezolanos el oficio del sicario. Quiero decir ―no vaya a ser que me acusen de andar discriminando a alguien―, el oficio de los sicarios, sicarias, sicaritos, sicaritas o sicaroadolescentes.

De hecho, el asunto me había sorprendido ya unos días antes, mientras colaboraba en la realización de un grupo focal con niñas y niños de una escuela de Petare, para el Proyecto de investigación  “Ciudades seguras e incluyentes”[2], de LACSO.  Aunque en esa oportunidad las niñas no emplearon el verbo sicariar, demostraron comprender plenamente el concepto. Pues al preguntárseles qué hacer en el caso de que la Directora de una escuela castigara injustamente a un niño, y se negara a rectificar ante las exhortaciones de otros adultos, una de las opciones que señalaron las escolares consultadas fue buscar “a alguien que tú conozcas pero que ella no conozca”, para que la asustara, golpeara o matara… Y lo más sorprendente para Gloria (Perdomo) y para mí, es que esas opciones no se mencionaron como distintos pasos o grados de una escala, sino como opciones más bien equivalentes. Como si estuviéramos hablando de una cuestión sin importancia, o hasta de gusto, y no de acciones indiscutiblemente criminales.

Por supuesto, no se trata de que por pura casualidad hayamos ido a parar a un salón de pequeñas psicópatas ―o psicópatos, pues los varoncitos expresaron ideas parecidas―. Esos jovencitos sólo estaban reflejando, cándidamente, los altos índices de anarquía y de violencia que aquejan a la sociedad venezolana actual. Otro estudio, realizado con adultos y de carácter nacional, la encuesta sobre “El Delito Organizado en Venezuela”[3], sirve de sustento a esta interpretación, porque ante la pregunta “¿Qué tan fácil o qué tan difícil es mandar a matar a alguien en su comunidad?”, fueron más quienes consideraron que era  fácil o muy fácil (un 36%), que quienes consideraron que era difícil o muy difícil (un 27%) ―mientras que el 37% dijo no saber―.

En fin, supongo que el sicariato, o el delito organizado en general, debe ser una de las poquísimas “industrias” que realmente han prosperado con el socialismo del siglo XXI. Por desgracia, lo más seguro es que esta rama de la economía nacional siga prosperando mientras dure este gobierno, puesto que aparte de su tenaz tendencia a negar cualquier problema, por evidente que sea, su única otra respuesta más o menos predecible sería una regulación o congelación de tarifas. Digamos que un salario mínimo por cada asesinato, y dos si el cliente exige que la víctima sea torturada previamente. Es que ya me imagino a  los inefables voceros de la Fiscalía o del enésimo Estado Mayor Situacional Popular de Pacotilla, tan orondos como de costumbre, explicando que “lo que pasa es que antes sólo los oligarcas podían contratar asesinos a sueldo, mientras que ahora con la revolución el sicariato está al alcance de todos”.  




[1] (Octubre 27, 2013). Mataron a un motorizado en la Avenida Libertador. La Patilla. Disponible en: http://www.lapatilla.com/site/2013/10/27/mataron-a-un-motorizado-en-la-avenida-libertador/
[2] Proyecto coordinado por el Laboratorio de Ciencias Sociales, en el que también participan la Fundación Luz y Vida e investigadores sociales de diversas universidades.  
[3] (2013), Laboratorio de Ciencias Sociales, Observatorio Venezolano de Violencia, Observatorio de Delito Organizado, Asociación Civil Paz Activa. Presentación en línea, disponible en: http://portada.cloud.noticias24.com/El%20Delito%20Organizado%20en%20Venezuela.pdf

lunes, 30 de septiembre de 2013

La nueva venezolanidad: ¿depredadores preconvencionales?

¿Cómo somos los venezolanos en la actualidad? ¿Cuáles son nuestros rasgos más llamativos o definitorios? Me lo pregunto porque nuestra fisonomía o identidad colectiva parece haber cambiado de modo acelerado y drástico en los últimos tiempos. Antes nos vanagloriábamos de ser indoblegables amantes de la libertad, así como generosos, hospitalarios y solidarios por excelencia. Pero hoy por hoy nuestro retrato parece ser bastante distinto. Al menos así se desprende de lo que podemos leer en la prensa.

Maritza Montero, por ejemplo, toda una autoridad en la materia, decía hace poco que “los venezolanos nos hemos vuelto pedigüeños”[i]. Mientras que Alberto Barrera Tyszka, en uno de sus punzantes artículos[ii], contrastaba el mito de que somos guerreros y “cuatriboleados”, con la callada resignación de las colas para comprar papel higiénico.

En verdad, parece que seguimos siendo belicosos, pero ya no en defensa de la libertad, sino de recompensas mucho más prosaicas. Lo digo basándome en titulares surtidos. Descartemos los numerosos reportajes relacionados con el “Mocho” Edwin, acribillando a sus rivales, ya rendidos, para luego arrancarles el corazón y los ojos, entre otras cosas. Digamos que como “pran” al fin, no es del todo representativo. Digamos que es un psicópata, o hasta un simple nostálgico de los aztecas. Pero de todos modos cabría preguntarse por qué algunas jóvenes de barrio consideran un honor parirle a un malandro[iii].

Consideremos entonces las noticias sobre la gandola saqueada en Caracas, en la transitada autopista Francisco Fajardo, a plena luz del día, después de un accidente de tránsito. En ese caso no está del todo claro si el desafortunado transportista estaba ya muerto o aún agonizaba, cuando los saqueadores ―motorizados, vecinos, conductores― le pasaron por encima para apoderarse del cargamento de carne. Según una versión[iv], por cierto, el conductor se hallaba atrapado en su asiento, y fue el peso de los saqueadores sobre la deformada cabina el que terminó de ocasionarle la muerte, por asfixia. O si se prefiere, consideremos el caso de la mujer que en el estado Aragua le provocó un aborto a su hermana[v], que llevaba seis meses de gestación, con una patada al vientre, mientras peleaban por un paquete de harina pan… ¡Qué lejos estamos de aquel decir, según el cual todos nacíamos con una arepa debajo del brazo!

Tal vez me esté engañando a mí mismo, pero creo que nosotros no éramos así. Por supuesto, no pretendo decir que no queden personas decentes entre nosotros; pero es claro que no es lo que abunda o destaca. Por otra parte, es verdad que la mal llamada “viveza” siempre fue uno de nuestros defectos; pero lo que estamos presenciando ahora, en infinidad de circunstancias como las mencionadas, de ninguna manera puede ser considerada una forma de viveza. Aunque no sé si decir que es bestialidad, pura y simple; o decir, aunque suene paradójico, que es un culto, la consolidación de toda una cultura en la que el salvajismo y la crueldad son los valores supremos.
   
¿Pero de dónde salieron estos nuevos venezolanos y venezolanas? ¿Qué nos pasó? ¿Cómo fue que nos convertimos en hienas humanas, constantemente al acecho? Seguramente las respuestas son múltiples y complejas;  difíciles de reducir a una sola variable o momento. Más propias de la historia que de una disciplina o teoría en particular. Pero puestos a destacar factores, como solemos hacer en las ciencias sociales, yo mencionaría en primerísimo lugar el hecho de que Hugo Chávez solía demostrar mucha más empatía, condescendencia y voluntad de diálogo frente a los malandros ―por ejemplo frente a los “pranes” de La Planta, alzados en armas―, que ante cualquier otro sector o institución del país, llámese este oposición, universidad, iglesia o empresarios. Tal vez deberíamos, entonces, actualizar de nuevo nuestro escudo, sustituyendo el manoseado caballo blanco por ese cardumen de pirañas en moto, que la admirada Rayma[vi] ha dibujado. Como quiera que sea,  en mi modesta opinión, este trágico viraje moral, no sólo hacia la ley del más fuerte, como en el nivel “preconvencional” o más rudimentario del pensamiento moral, sino hacia un nivel aún más bajo, hacia la ley del más cruel, vicioso y despiadado, ése y no otro, es el verdadero y principal “legado del Comandante”. 


[i] Zamora, Cristhoferson. (14 de julio de 20013). El venezolano se ha vuelto pedigüeño, (Entrevista a Maritza Montero). 2001, pp. 8-9.
[ii] Barrera T., Alberto. (22 de septiembre de 2013). Cuatro rollos. Siete días, El Nacional, p. 7.
[iii] Durán, Marianella (11 de noviembre de 2012). Crónica: el dudoso “honor” de parirle a un malandro. Últimas Noticias, disponible en http://www.ultimasnoticias.com.ve/noticias/actualidad/sucesos/cronica-el-dudoso--honor--de-parirle-a-un-malandro.aspx
[iv] Chourio, Mairy (28 de septiembre de 2013). Gandola fue saqueada mientras conductor fallecía. Compañeros aseguran que camionero quedó asfixiado por desvalijadores. La Voz, p. 5.
[v] Muere bebé cuando hermanas peleaban por paquete de harina. La Voz, p. 44.
[vi] Rayma (29 de septiembre de 2013). El Universal, p. 4-5.

lunes, 12 de agosto de 2013

Una escuela sin recreo no es una escuela na'

"Lo opuesto al juego no es el trabajo, sino la depresión".
Brian Sutton-Smith

Conversando hace poco con el amigo Fernando Pereira, me contaba él que en sus investigaciones para cecodap ha sabido de escuelas venezolanas, públicas y privadas, donde los niños no tienen recreo. Los motivos parecen ser diversos.  En algunos casos parecen ser administrativos, cuestiones de horario; posiblemente relacionadas con la nueva ley del trabajo —digo yo, especulando—. Es claro que a veces la infraestructura tiene parte de la culpa; las escuelas son casas pequeñas o mal adaptadas, sin un patio donde los chiquillos puedan correr o saltar libremente. Y en no pocos casos las razones son absolutamente absurdas: se les prohibe a los niños correr o jugar... ¡para que no suden! 

Quizás lo más triste de todo sea que algunos representantes no entienden la gravedad de esta situación y se complacen porque sus hijos no están “perdiendo el tiempo” con jueguitos. Problemas parecidos, en todo caso, afectan a muchos otros países, a pesar de que la Convención de los Derechos del Niño y las legislaciones derivadas de ella, como la lopnna, establecen el derecho de los jóvenes a la recreación.

Pero no es el punto de vista legal lo que me interesa tocar aquí, sino las serias implicaciones, en materia de salud mental, de negarles el recreo a los muchachos. Situación que resulta aún más grave si tomamos en cuenta que, por razones de seguridad, cada vez más familias les prohiben a los pequeños jugar en la calle o en el vecindario (un programa más o menos reciente, del canal Home & Health, titulado “La infancia perdida” [i], discutía el asunto en ambos contextos, el escolar y el familiar).

En efecto, parece claro que en las ciencias humanas ha venido ganando terreno la idea de que probablemente no haya un tiempo más valioso, desde un punto de vista educativo, que el que se dedica al juego libre, social y no competitivo. A la inversa, el declive del juego libre, común hasta apenas unas décadas, parece estar asociado a un alza de problemas como la ansiedad, la depresión e incluso el suicidio. En los Estados Unidos, por ejemplo, la tasa de suicidios entre menores de 15 años se cuadruplicó desde los años de 1950 al 2005; y ese cambio, así como otros índices de un considerable deterioro de la salud mental no parecen estar relacionados con ningún ciclo económico o político. Más bien, parecen estar relacionados con la manera en que los jóvenes ven el mundo, y en particular, con un menor sentido de control sobre sus vidas. Una creciente mezcla de narcisismo y materialismo también parecen tener mucho que ver [ii].  

Por fortuna, hay un creciente número no sólo de libros y autores sino también de experiencias y hasta de movimientos dedicados a subsanar la “privación de juego”, o a promover intervenciones terapéuticas basadas en el juego. De hecho, hasta hay un nuevo perfil profesional, al que han dado en llamar playworkers (literalmente “trabajadores del juego”), que hasta donde entiendo no son “recreadores”, como los que suelen amenizar fiestas infantiles, sino más bien una clase de docentes, o de “orquestadores de juegos”, diría yo, encargados de crear ambientes físicos y sociales propicios para el juego libre, según los distintos rangos de edad o ambientes institucionales. Hasta donde he podido apreciar, en una exploración admitidamente superficial, el Reino Unido parece llevar la delantera en estos terrenos.

Entre los autores más citados sobre el tema, Peter Gray [iii] señala cinco grandes formas en que el juego beneficia a los chicos:
1.      El juego le da a los niños oportunidad de explorar y desarrollar autónomamente sus propios intereses (en lugar de buscar constantemente la aprobación de los adultos).
2.      Es a través del juego que los niños aprenden por primera vez cómo tomar decisiones, resolver problemas, autocontrolarse y seguir reglas.
3.      Durante el juego, los niños aprenden a manejar sus emociones, incluyendo la ira y el temor.
4.      El juego ayuda a los niños a hacer amigos y a relacionarse unos con otros en pie de igualdad.
5.      Y lo más importante, el juego es una fuente de felicidad.

Deteniéndome, por ahora, tan solo en el cuarto beneficio, Gray dice al respecto:
“El juego social, por su propia naturaleza, es una actividad igualitaria. Una característica fundamental del juego es que es voluntaria; los jugadores son libres de abandonar en cualquier momento, y cualquier jugador que se sienta abusado o menospreciado se irá. Para que el juego continúe —ya sea que se trate de un agárrame si puedes, una fantasía sociodramática, o un juego de pelota improvisado— es esencial mantener felices a los demás jugadores, o al menos suficientemente felices como para que no desistan. Las reglas deben negociarse, de modo que todo el mundo consienta, o si no los disidentes se marcharán. Del mismo modo, durante el juego, cada uno de los jugadores debe sintonizarse con las reacciones emocionales de los demás, porque quienquiera que se altere demasiado dejará de jugar. Si demasiados chicos dejan de jugar, el juego se acabó. Es parte de la naturaleza de la infancia que los niños quieran jugar con otros niños, pero para lograrlo tienen que aprender y practicar las formas de relacionarse con otros, como iguales” [iv]
En fin, es con base en este tipo de razones e investigaciones que digo que una escuela sin recreo no es una escuela de verdad, sino el remedo de una fábrica, de un cuartel o hasta de una prisión. En realidad, un sentido del juego es indispensable no sólo para la salud física y mental de la infancia, sino también para que los adultos logren establecer relaciones humanas armoniosas, alcanzar un pleno desarrollo moral y autorrealizarse. Pero limitándome aquí al tema inicial, solo cabe reiterar que privar del juego a los niños o niñas, sistemáticamente, además de ser una flagrante violación a la lopnna, es también un crimen, en todo el sentido de la palabra, aunque las heridas seguramente no serán evidentes de inmediato, sino a futuro, bajo la forma de crecientes índices de drogadicción, violencia, trastornos narcisistas, depresión crónica y suicidio.  




[ii] Gray, Peter (2011). The Decline of Play and the Rise of Psychopathology in Children and Adolescents , American Journal of Play, 3(4), pp. 447-452. http://www.psychologytoday.com/files/attachments/1195/ajp-decline-play-published.pdf
[iii] Aquí me apoyo en la síntesis de Entin, Esther, (Oct 12, 2011). All Work and No Play: Why Your Kids Are More Anxious, Depressed. The Atlantic. http://www.theatlantic.com/health/archive/2011/10/all-work-and-no-play-why-your-kids-are-more-anxious-depressed/246422/
[iv] Op. cit., pp. 456-457. 

sábado, 20 de julio de 2013

¿De verdad nacimos para ser egoístas? Lo que usted cree sobre la evolución podría estar errado [i]

por Darcia Narváez [ii]
Traducción de Rominia Araujo [iii]

     Los medios de comunicación han escogido y difundido como verdades algunas ideas, a menudo simplistas, de las investigaciones en materia de psicología evolucionista, y esto podría estar afectando nuestra moralidad y comportamiento.
     Antes de empezar a enumerarlas, es importante recordar algo sobre la prehistoria humana. Un hecho ampliamente documentado por la antropología es que la especie humana pasó el 99% de su existencia en pequeñas bandas de cazadores-recolectores (en adelante PBCR), cuyas características son bastante distintas a las de las sociedades modernas. Pero la psicología evolucionista parece haber olvidado esta línea de base.
     Entre los principales psicólogos evolucionistas, uno de los malentendidos más difundidos tiene que ver con el entorno social de las PBCR, porque los psicólogos evolucionistas tienden a trasladarnos sin más al pasado, ignorando cuán diferentes eran las personas y el entorno de los tiempos ancestrales en comparación a las personas y entornos actuales.
     Basándome en los registros antropológicos y otras informaciones sobre aquellas primeras sociedades (referencias más adelante), a continuación señalaré algunas de las características de esas sociedades que los teóricos de la psicología evolucionista suelen ignorar; y también explicaré por qué esto puede ser importante para nosotros.
     1. No había jerarquías; no había líderes.
     Los miembros de las PBCR eran fieramente igualitarios. Incluso Christopher Boehm (autor de Hierarchy in the Forest), concluye que el igualitarismo político, universal entre las PBCR, proviene de la antigüedad. Sin embargo, los psicólogos evolucionistas suelen asumir que la jerarquía y la dominación son elementos esenciales en la evolución de la naturaleza humana.
     En realidad, las jerarquías políticas (y la violencia) aparecieron con las sociedades que se dedicaban al cultivo o que se asentaban en una localidad (véase Fry, 2006, Human Potential for Peace), lo que representa sólo el 1% más reciente de la existencia humana.
     ¿Por qué es importante todo esto para nuestras vidas? Porque si pensamos que las jerarquías son parte de la una herencia humana, estaríamos más predispuestos a tolerar la desigualdad (si alguna vez se ha preguntado por qué está estresado, vea el libro de Wilkinson y Pickett, 2009, The Spirit Level [iv]). Nuestros ancestros no aceptaban la desigualdad en lo que se refiere a los recursos o al estatus.
     2. Había un profundo colectivismo e identidad grupal.
     Nadie quería estar solo. No obstante, la psicología evolucionista tiende a  asumir que los individuos vivían desvinculados y estaban motivados por la búsqueda de territorios y posesiones, tal como sucede hoy en día. Pero el individualismo actual es una variedad reciente y muy extraña, aberrante, de relación social.
     Por el contrario, en las PBCR, el placer no proviene de las posesiones o del estatus, sino del gozo que conllevan actividades sociales como jugar, bailar, cantar, bromear y reír. Ese es el tipo de actividades que nos mantienen (o mantienen a nuestras hormonas) en un “estado de ánimo moral”.
     ¿Qué importancia tiene todo esto para la vida? Cuando las personas dejan de enfocarse en el dinero y en las posesiones, lo más probable es que su bienestar aumente. Las personas altamente materialistas tienden a ser infelices (véase a Tim Kasser, The High Price of Materialism). La felicidad reside en participar en actividades y juegos sociales en donde la persona puede “olvidarse de sí misma”, en fluida sintonía con otros (véase a Brown y Vaughan, Play [v]).
     3. Los individuos, incluso los niños, gozaban de una gran autonomía.
     Los niños tenían la libertad de deambular y hacer lo que quisieran, al igual que los adultos. Los niños eran considerados seres libres, la reencarnación de parientes o de dioses, por lo que no debían ser coaccionados. En cambio, la psicología evolutiva asume que la estructura familiar de nuestros ancestros era igual a la de hoy en día, es decir, una familia nuclear, con una madre y un padre a cargo. De hecho, este tipo de estructura tiene sólo alrededor de cien años (véase a Stephanie Coontz, The Way We Never Were). 
     ¿Cuál es la importancia de esto? Los niños necesitan muchísimo cariño, así como cuidados cercanos pero no invasivos, y el mejor modo de brindárselos es mediante el apoyo de una familia extendida. También necesitan muchísima autonomía (véase el sitio web de Lenore Skenazy, Free-range Kids). La coacción mata al espíritu.
     4. Había cooperación y la paz era generalizada.
     No obstante, la psicología evolucionista da por sentado que había competitivad y violencia. ¿A quiénes se refieren? Los grupos eran permeables y fluidos. Los parientes vivían en grupos cercanos. La evidencia antropológica sugiere que la cooperación era la norma. 
     Sin embargo, la psicología evolucionista asume que había rivalidad en vez de cooperación entre los grupos; con todo, no existe evidencia de que hubiera grupos enfrentados entre las bandas de cazadores-recolectores (Fry, 2006, Human Potential for Peace). Al no haber posesiones —todo era colectivo— no había lugar para la competitividad (aunque aquí lo que nos concierne son las costumbres de crianza de los niños que hacían de ellos personas agradables y cooperadoras). La cultura norteamericana ha distanciado a los padres de muchas de estas costumbres, aunque los niños aún poseen la tendencia natural de ayudar a los otros (véase Michael Tomasello, 2009, Why we Cooperate).
     ¿Qué importancia tiene esto para la vida? Simplemente observe todas las maneras en las que usted coopera con los demás, sin imponer su punto de vista o reaccionar de forma agresiva cuando no se hace lo que usted quiere. Ahora bien, si resulta que usted no es cooperador ni pacífico, eso quiere decir que su cerebro se pone a la defensiva fácilmente, a causa de algún trauma o de un cuidado negligente durante períodos especialmente sensibles de su infancia. 
     La agresividad y la falta de cooperación no son inherentes a la naturaleza humana (excepto bajo amenaza, al igual que sucede con cualquier otro organismo). Por otra parte, las personas pueden cambiar. La psicoterapia puede contribuir a la reconstrucción de la personalidad (véase a Schwartz y Begley, The Mind and the Brain). Si usted es padre o madre, es importante que tenga en cuenta que la manera cómo críe a su hijo va a repercutir en su personalidad y en su sociabilidad.
     5. El compartir y la generosidad eran comunes.
     Era una moralidad natural. Para “amar al prójimo”, las pequeñas bandas de cazadores-recolectores no necesitaban ningún mandamiento, porque eso se logra naturalmente cuando uno es criado con bondad y compasión y con las necesidades plenamente satisfechas. Sin embargo, la psicología evolucionista asume que los seres humanos son egoístas por naturaleza.
     En palabras de Sahlins: “¿Es natural el egoísmo? Para la mayor parte de la humanidad, el egoísmo, tal como lo conocemos, es considerado antinatural en un sentido normativo; se le considera una manifestación de locura o de brujería, o como algo a corregir mediante el ostracismo, la ejecución, o como mínimo, mediante terapia. En lugar de entenderlo como la  expresión de alguna naturaleza humana pre-social, este tipo de avaricia es generalmente entendido como una pérdida de la humanidad” (Sahlins, The Western Illusion of Human Nature [vi], p. 51).
     La lucha por la supervivencia ante una amenaza es una característica de todas las formas de vida, por lo que calificar esa conducta como egoísta no nos dice nada. Sería equivalente a que decir que todo organismo crece.
     Entonces, ¿cómo fue que nos las arreglamos para generar todos esos comportamientos notoriamente egoístas que vemos en la sociedad estadounidense, entre personas de todas las edades y condiciones sociales? He estado escribiendo sobre esto  desde hace ya algún tiempo:  Esto tiene que ver con expectativas culturales que fomentan el egoísmo; con prácticas culturales que ponen a la gente “bajo amenaza” la mayor parte del tiempo; y con la crianza de los hijos (estresar a los niños al no satisfacer sus necesidades hace que el cerebro se centre en sí mismo, lo cual se va agravando progresivamente en las generaciones subsiguientes).
     ¿Por qué es importante esto para nuestra vida? Los genes no nos hacen “egoístas”. El egoísmo proviene de las formas cómo han sido criadas las personas, de las situaciones sociales que han atravesado, y de las narrativas culturales. Cambie de ambiente, de narrativas, y deje que su generosidad brote. Usted se convertirá en aquello en lo que se sumerja.



[i] Publicado originalmente como "What you think about evolution and human nature may be wrong. Were you really born to be selfish?”,  por Darcia Narvaez, , el 17 de Abril de 2011, en el blog Moral Landscapes, de la revista Psychology Today. Traducido con autorización.
[ii] La Doctora Darcia Narvaez es profesora del Departamento de Psicología de la Universidad de Notre Dame, EE UU.
[iii] Rominia Araujo es egresada de la Escuela de Idiomas Modernos de la Universidad Central de Venezuela.
[iv] Hay versión castellana: Wilkinson, R. y Pickett, K. (2009). Desigualdad: un análisis de la infelicidad colectiva. Madrid: Turner [NdT].
[v] Versión castellana: Brown y Vaughan (2010). ¡A jugar! La forma más efectiva de desarrollar el cerebro, enriquecer la imaginación y alegrar el alma. Barcelona: Urano [NdT].
[vi] Versión castellana: Sahlins, Marshall (2011). La ilusión occidental de la naturaleza humana. Con reflexiones sobre la larga historia de la jerarquía, la igualdad y la sublimación de la anarquía en Occidente, y notas comparativas sobre otras concepciones de la condición humana. México, Fondo de Cultura Económica [NdT].